martes, 31 de agosto de 2010

comprometerse de verdad























Me he pasado muchos años contemplando y escuchando críticas, opiniones. En un punto de mi vida tuve el valor de dejar de sumarme a la crítica de salón y pasar a la acción. La quinta década de mi vida y un cúmulo de circunstancias hicieron salir el motor que siempre había estado ahí, esperando a que una servidora les fuera dando cancha, más allá de gestos o declaraciones de intenciones.

Desde el colegio de mi hijo me he fui implicando en esa labor rarita, tan extraña a los españoles como es el voluntariado. Un terreno delicado, arenas movedizas del ciudano medio.

El voluntariado es un grupo humano, diverso, con motivaciones muy distintas y objetivos en apariencia dispares que tienen en común un trabajo y una dedicación desinteresados. Todos o gran parte de ellos dedica una cantidad de tiempo, de dinero, de ambos, a un objetivo que creen justo, honesto. Es simple: el esfuerzo merece la pena.

¿Quién no ha soñado con salvar al mundo? ¿nadie aspira a resolver una injusticia? hay un punto de vulgaridad y heroísmo en esos cometidos que algunos asumimos libremente.

Quien tiene tiempo y ganas dispone de un abanico inmenso para elegir. El panorama actual es desolador y hay para todos los gustos: abuelos sin familia en los barrios, niños con necesidades especiales, animales, organizaciones, reciclaje de materiales, conciencia social, pintura... hay para todos los gustos. Hay quien marcha a las antípodas, pero hay mucho quehacer en el barrio, a dos manzanas de casa.

Nuestro país, latino, mediterráneo, individualista, no ve con muy buenos ojos el trabajo voluntario. Yo me inicié en el mundo escolar, en la asociación de madres y padres de la escuela (AMPA) de mi hijo como secretaria (a lo grande, lo mío son las piscinas con poca agua y sin saber nadar). Desde mis inicios en este mundo he tenido que soportar todo tipo de comentarios; en el colegio exigencias de padres que sin saber cómo educar a sus propios hijos exigen respuestas y prestaciones del resto de la sociedad, de gente que me ha llegado a preguntar cuánto cobraba por mi puesto en el AMPA (y nadie nos pedía ni al presidente ni a mí el importe de las facturas de móvil que ambos llegamos a pagar de nuestro bolsillo, pues el AMPA jamás nos pagó ni una triste lata de cerveza, doy fe de ello). Ataques constantes, escasa, nula valoración del trabajo que unos pocos ofrecíamos al resto de la comunidad (un dato: en la asamblea general ordinaria anual, apenas aparecen 20 padres de una población escolar de unos 800 niños, aproximadamente).

El trato con humanos me cansa sobremanera pese a que sé que somos una especie fascinante. Considero que tengo una gran paciencia y pese a mis altibajos con respecto a la raza humana, procuro observarla y entenderla. Más allá de ese tema surgió en mi vida uno que llevaba largo tiempo aletargado: mi afecto irracional por los animales no humanos, algo que se hunde en las raíces de mi infancia, que siempre ha estado ahí: fascinación por la naturaleza, lo verde, lo no parlante, lo salvaje.

Es una lástima que con la cantidad de problemas que nuestra sociedad tiene, a todos niveles, la gente no se decida a ofrecer un poquito de su tiempo para colaborar en alguna de estas causas "¿perdidas?". El trabajo no remunerado se mira mal en nuestra cultura, es sospechoso, es subversivo, "no es normal"... es incluso algo inmoral. Me lo han llegado a decir en la cara tras regresar ellos de sus vacaciones. Mirarse el ombligo está socialmente mejor aceptado que ofrecer horas de nuestra vida porque sí, a cambio de nada más que la satisfacción personal que ello conlleva.

En otros países, los ciudadanos tienen una mayor conciencia solidaria. Es natural en ellos dedicar unas horas a la semana en tareas solidarias diversas. Siempre hay algo pendiente en lo que implicarse.

Necesitamos un cambio de percepción en estos temas. Estamos en una sociedad en la que se vive bien, muchos de nosotros tenemos lo básico para sobrevivir, casa, comida, agua caliente, educación e incluso extras para ocio y algunos caprichos. A veces, el tiempo de un cine el sábado por la tarde, el dinero de una cena puede ser una contribución muy valiosa para otros con menos suerte a los que el estado del bienestar no llega a atender. Muchos de los que justifican su falta de dedicación no tienen excusas, lo que no tienen es ganas.

Tampoco pasa nada: voluntariado viene de voluntario, una simpática palabra que implica intención, voluntad de realizar algo sin esperar retribución de ningún tipo.

Los voluntarios lo hacemos porque queremos, está claro y fuera de toda discusión. Lo indignante es que encima se cuestione a una masa de gente que fuera del circuito público nada contra corriente y pone su tiempo, su dinero, a "una causa perdida".

Hace tiempo fui dejando paulatinamente la asociación de mi hijo, para meterme en otro ámbito de actuación, menos aceptado socialmente, más complejo y cuestionado: el de la protección animal. Hace varios años que colaboro como voluntaria en asociaciones, grupos de gente que lucha por asumir un nivel de conciencia más respetuoso en trato hacia los animales en general y hacia algunos en particular.

De mis debilidades destaco una, que es el campo en el que dedico mi escaso tiempo libre: los gatos abandonados en las ciudades.

En este campo he conocido a personas increíblemente buenas y a auténticos enfermos mentales (en el peor de los sentidos) abocadas a esta extraña tarea.

En las fotos aparecen dos gatos: Klaus, un mediosiamés al que los humanos no acabamos de caerle bien y Pepa, una gata mezcla de siamés de pelo largo que unas compañaeras rescataron de una demolición en el barrio del Clot barcelonés, a ella y a sus 5 preciosos cachorros.

Klaus vive hoy en una masía en una población cercana a Barcelona, en semilibertad, con cuidados y alimentación garantizados. Pepa fue adoptada y vive actualmente en Alemania. De sus 5 cachorros, uno murió de neumonía y el resto fue adoptado, la mayoría en Barcelona, alguno de ellos marchó en adopción a Alemania.

El trabajo no se acaba... y hay que salvar el mundo, no cabe el aburrimiento y la desidia ante tanto por arreglar.

1 comentario:

Joselu dijo...

Tienes razón. El trabajo voluntario no se tiene en consideración. Vivimos en un país hedonista en el más amplio sentido de la palabra y se entiende que uno dedique su tiempo a sus placeres, pero no se explica que alguien lo preste a los demás. Se ve como sospechoso, como tú dices. Yo no soy ejemplo de nada. Hay quien ha comentado que mi blog consiste en mirarme el ombligo. Puede ser. No lo niego. Soy pasivo socialmente, después de muchos años de activismo. Creo que falta ese sentimiento que en otros países se llama "comunidad". Aquí sólo se aplica al concepto de "Comunidad de propietarios" con resonancias bastante molestas. No hay intereses comunitarios, y yo no voy a ser el que pontifique sobre ello porque no soy un buen ejemplo. Touché, sarah.


Lovecats, de Benita Winkler