lunes, 19 de septiembre de 2016

"También esto pasará": Cuando la novela y la vida se entrecruzan

Parece cierto: la literatura y la vida del escritor acaban manteniendo una relación más o menos estrecha, dependiendo del carácter de quien escribe, del grado de libertad que el escritor permite a su vida en el gobierno de la historia que urde.

Un buen escritor, dicen, ha de saber inventar, desarrollar tramas interesantes, ha de saber jugar con las palabras. No suele estar bien visto permitir que las vivencias de uno aparezcan más o menos descaradamente en los argumentos de lo escrito.

De todos modos, resulta tentador no hacerlo: nada es más sencillo que escribir sobre uno mismo, nada es más goloso que dejar correr los sentimientos propios, las experiencias, cabalgando libres entre las palabrejas que el uno va soltando en el ordenador.

La gracia está en saber hacerlo, o hacerlo con cierta elegancia. Llegados a este punto, se acabaron las facilidades.

Últimamente leo poca literatura. El paso de los años ha hecho que mi presbicia complique un poco las cosas, Kindle y libros electrónicos aparte, pequeños artilugios que me hacen la vejez algo más fácil. Por otro lado, desde hace tres años, un nuevo trabajo y una nueva vida en Madrid, en un sector totalmente desconocido para mí, me tiene constantemente ocupada, leyendo cosas más técnicas, bastante más aburridas.

Suerte  que soy persona de entusiasmos fáciles, o esto hubiera sido mucho más duro.

A principios de 2015 un pequeño libro captó mi atención con un título poderoso que le venía muy bien a mi estado de ánimo: "También esto pasará" de Milena Tusquets, hija de Esther Tusquets, una de las reinas del movimiento literario barcelonés, el llamado "La Gauche Divine". Milena publicó su libro en castellano, a través de la Editorial Anagrama, editorial con la que mantengo fuertes vínculos afectivos.

Lo busqué. Es una historia cortita, que duró apenas el trayecto de un AVE entre Barcelona y Madrid, un viaje que realizo regularmente un par de fines de semana cada mes para ver a mi familia, tras la muerte de mi madre, hace algo más de un par de años.

La historia me atrajo de inmediato por la similitud de circunstancias vitales: el duelo de una hija cuya madre había muerto poco tiempo atrás.

En mi caso, he intentado escribir sobre ello en muchas ocasiones y no resulta sencillo, porque el dolor que causa la partida de alguien tan íntimo para Blanca (la protagonista de la novela), Milena (su autora) y para mí (la que escribe o lo pretende ahora mismo), es bastante reticente a dejarse fotografiar en palabras.

Por supuesto, no soy escritora. Milena sí que lo es, quizá todavía no una gran escritora ahora mismo, pero con talento y potencial para serlo. Su novela me gustó, pese a las limitaciones que también creo que muestra. No es una novela madura, ni profunda, ni nada de esas cosas sesudas que los críticos literarios han escrito sobre ella.

De todos modos, me parece admirable que una mujer haya sido capaz de reconvertir su dolor y su duelo en una historia que se nutre probablemente de la propia experiencia, pero solamente como un punto de partida para bucear en el dolor de otra mujer por la pérdida de la madre.

Hay gente que tiene mala suerte con su progenitora, otros tienen madres extraordinarias; sin embargo, la inmensa mayoría de personas hemos tenido madres de lo más vulgar: sin títulos nobiliarios, sin títulos artísticos, sin dinero... eso sí, fueron y son madres en toda la extensión de la palabra: Mujeres abenegadas, con perfiles luminosos y peligrosos precipicios espirituales. Mujeres de generaciones anteriores en lucha abierta con  sus contradicciones y las de sus hijas, mujeres, ante y después de todo.

Creo recordar que Blanquita dice en algún momento de su narración que su madre no era su amiga, que era, simplemente, su madre.

Mi madre fue tampoco fue una amiga, sino un referente, un ancla segura a la que siempre acudía cuando dudaba. También es cierto que, a medida que iba haciéndome mayor, iba buscando menos el refugio sólido de su opinión para contarle mis fantasmas; ella, también, dejó de juzgarme menos y me describía sus fantasmas. Mi madre, como la de Blanca, pasó por una "larga y penosa enfermedad". No he olvidado lo duro que resultó verla agostarse, contemplar el transcurrir el tiempo, lento, eterno, a su lado, pretendiendo hacerle compañía y contemplando su inexorable descenso hacia la no existencia. Llegamos a un punto en el que ni ella hablaba, ni yo lo pretendía. Fui creando una concha, como el exoesqueleto de un coleóptero, para no sufrir. En la necesaria distancia emocional me preguntaba cuándo abandonaría la cama de la unidad de paliativos a la que se la llevó, con la mejor de las intenciones, para morir, por más que nadie en mi familia se atrevió a decirlo en voz muy alta.

Como Blanquita (una diminutivo con la irónica intención de maltratar a la protagonista de la historia), tuve que distanciarme espiritualmente de mi propia madre, cuando el final se aproximaba:

"Fuiste depositando, poco a poco y sin darte cuenta, toda la responsabilidad de tu menguante felicidad sobre mis hombros. Y me pesaba, me pesaba incluso cuando estaba lejos, incluso cuando empecé a entender y aceptar lo que pasaba, incluso cuando me aparté un poco de ti al ver que, si no lo hacía, no sólo morirías tú bajo tus escombros" (Pág. 10)

La historia de la supervivencia de Blanca a la partida de su madre es una especie de "querido diario", en ocasiones un monólogo que murmura para sí y en otras, una carta directa hacia la madre ausente, que va del reproche a la admiración más profunda.

Blanca tiene 40 años, diez menos que yo, cuando su madre muere (la mía murió cuando estaba a unos días de cumplir los 50). A Blanca todo esto la pilla en un momento existencial bastante diferente al mío. Las mujeres de 40 años y las de 50 tenemos un horizonte y una perspectiva necesariamente distintas, con lo que tenemos, también, distintas prioridades.

En cualquier caso, la narración falsamente frívola, en ocasiones rozando lo naïf, de cómo va asumiendo la ausencia de su  madre me resultó interesante. Transmite dolor, descarnado en algún momento, despojado de esa pornografía sentimental que las redes sociales han puesto tan de moda, pero no hay victimismo, ni pena, penita, pena. Se me antojó un discurso sincero, detecté ironía en sus comentarios. A modo de ejemplo, la descripción del día del entierro, en la que Blanca parece estar presente solamente en cuerpo, se da cuenta de todos los detalles, de los gestos, salvo de los suyos propios.

Ella no está realmente en el entierro de su madre. Asiste de espía para contárnoslo y contárselo a ella misma, incapaz de asumir lo que de verdad ocurre.

El entierro es un punto de partida, es "el punto" a partir del cual Blanca recapitula, recuerda, repasa y sobrevive, con la sana intención de seguir viviendo...

No sabemos qué fue de Blanca, tras su revelación en el cementerio, aquel amanecer, en que, quizá, vio, adivinó, el guiño divertido de su madre contándole que la vida seguía más allá de su paso en la tierra.

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Ignoro qué fue de Blanca, ni sé qué hace Milena actualmente, más allá de lo que las noticias sobre su carrera literaria dicen. En mi caso... he contado años, meses y días, desde que la marcha de mi madre. Sigo adelante con mi duelo, no pasa un día en el que no piense en ella, o me pregunte qué opinaría sobre los caminos que mi vida ha tomado, me divierto pensando que me habría maldecido por las decisiones que tomé en mi vida justo antes de que ella cayera enferma. Sigo pensando en ocasiones que "he de llamarla" para contarle esto o aquello, o para discutir... y sigo tardando un segundo en recordar que ya no puedo hacerlo.

Supongo que Blanquita, Milena y yo seguimos aprendiendo a vivir. La vida sigue, con o sin madre. Los que tuvimos una gran madre sabemos que no podemos caer, ni llorar demasiado, ni dejarnos morir de pena. Sabemos que la vida es un regalo.

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Dejé esta entrada en el blog, sin publicar, poco después de asistir a la presentación del libro de Milena en Madrid. Sentí que no estaba lo bastante meditado todo esto, para publicarse.

Hasta un día. Un día , todavía no hace dos semanas, una buena amiga me informa que el hijo de una compañera de mi trabajo anterior, un chaval tranquilo y afable de apenas 28 años, murió mientras dormía.

Desde la muerte de mi madre, nada me habría impresionado tanto como esto. Le conocía, había trabajado durante 3 años con su madre, Esperanza. ¿Ella? Una mujer inteligente, curiosa, divertida, de la que guardo un gran recuerdo. Aprendí mucho trabajando con ella, tuvimos grandes conversaciones y momentos de risas, momentos de intenso trabajo. Es una mujer brillante, vital. Ama con furia a su familia, especialmente a su marido y a su hijo.

No soy capaz de entender el horror, el mazazo brutal que supone la pérdida de un hijo.

Soy hija, soy madre, también de un hijo único, algo más joven que Artur, y no alcanzo a comprender la prueba brutal por la que Esperanza tiene que pasar.

¿Cómo lidiar con todo esto? ¿Qué tendrá que ver el duelo de una hija con el duelo de una madre que ha perdido a su hijo?

Ni idea. Pero algo quema mis entrañas desde que supe de su muerte y estuve en el tanatorio de Les Corts. Por eso he vuelto a revisar lo que escribí hace unos meses, sin tener claro qué quiero decir ni a dónde pretendo llegar.

Hay dos nexos en estas historias: la rabia, la impotencia ante el reverso más oscuro a la que la vida nos arroja.

El otro nexo: la vida misma.

Me decía el padre de mi hijo, tras saber del desgraciado acontecimiento, que no podía imaginar el dolor por el que estaría Esperanza atravesando, que si le ocurriera a él, su vida dejaría de tener sentido.

Respondí al momento que no podía sentir así, que la vida es un un don que se nos ha dado. Que tenemos que vivir, con dignidad, por nosotros y por los que ya se fueron. Que, aunque duela hasta sangrar, hay que vivir.

Estos días no he dejado de pensar ni un momento en mi antigua compañera de trabajo. Sé que lo más duro comenzó tras el revuelo del momento, el velatorio, el entierro. Ella ya sabe lo que es eso, lo pasó con su padre, con su madre.

Nadie, jamás nadie, la preparó para hacer lo mismo con su hijo.

No dudo que será capaz de salir adelante porque ama tan profundamente la vida como a su familia.

En cualquier caso, ahora mismo, no me atrevería a decirle, ahora mismo, "Esto también pasará".

Mi deseo, esta noche y las que vengan, es que esta frase sea cierta, también, para ella y su marido, en un día no muy lejano. Que algún tipo de consuelo los envuelva, y que no dejen de vivir, Artur no habría querido otra cosa, para ellos.

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Dedicado con todo mi cariño a Esperanza, a Pere y Artur.

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"También, esto pasará". Autor: Milena Tusquets.
Publicado por Editorial Anagrama, enero 2015












sábado, 26 de julio de 2014

Ausencias

Las cosas importantes de la vida no suelen dejarse explicar en palabras.

Hace poco empecé a jugar con esta palabra: "ausencia". Empecé a vivirla, sentirla, experimentarla físicamente en mi piel y por debajo de ella.

Suena bien, es simple, corta, tiene cuatro vocales, tiene su contundencia.

Todos la hemos experimentado en algún momento de nuestras vidas. Combina bien con "soledad".

También es cierto que nuestra percepción de la misma varía a más años ponemos.

Hemos guardado ausencia a amigos, novios, amantes, profesores... con más o menos esperanzas, con más o menos desesperación.

El día que mi madre murió empezó a cambiar el significado de esta palabara para mí.

En estos años me he tenido que ir despidiendo, a la fuerza ahorcan, de algunas personas, muy queridas para mí.

Nadie, ni siquiera mi madre, me preparó para esto. Creí, inocentemente, que lo estaba.

Pues no. Ha transcurrido casi un mes y los sentimientos, las emociones, no sólo no desaparecen, sino que se intensifican.

Mi prima Patricia me avisó: esto no es lo que parece, se hará más duro con el transcurrir del tiempo.

Tenía razón.

Me levanto, desayuno, acudo a mi trabajo y le pongo mi pasión habitual. Me relaciono, pago mis impuestos, me ducho, leo, hago deporte, paseo por las calles de mi barrio.

Pero, más allá de mí misma, algo se ha resquebrajado. Piel adentro, en ocasiones, siento la ausencia de mi madre latiendo en mis sienes, doliendo en el hueco en el habita mi corazón, rompiendo algo que no sé muy bien qué es.

Empiezo a comprender que la ausencia de alguien tan querido, tan importante, va más allá de lo que sabremos explicar.

Mi madre me había hablado de la ausencia de la suya, siendo ella todavía muy joven, de las cosas que le quedaron por contarle.

He sido afortunada, la tuve  a mi lado casi 50 años y le conté cientos de miles de cosas, no todas, algunas las callé porque no se puede vivir explicándolo todo, nunca. Sin embargo, tras su marcha me quedé como al que le dan plantón. Me dije, el día que fui al cementerio a recoger sus cenizas, "todavía no se lo había contado todo".

Hace un par de noches cenaba en Madrid, con mi pareja, y le comentaba una receta de pollo al cava, riquísima, que solamente mi madre preparaba como nadie. Me sorprendí pensando que tenía que llamarla para que me refrescase la receta.

Cuando ocurre eso sientes desconcierto. Te sientes incapaz de entender por qué no está. Por qué no puedes llamarla para algo tan trivial como la dichosa receta de pollo al cava.

La ausencia de alguien que te deja porque has dejado de interesarle, del hijo que se marcha al extranjero, porque es ley de vida en este país, la ausencia de las personas que siguen su camino cuando tú decides seguir el tuyo... son, sí, ausencias, pero no tienen nada que ver con la Ausencia.

La Ausencia es esa que te invade cuando te das cuenta de que alguien se ha ido para siempre.

Yo vivo, este mes de julio, totalmente inmersa en el significado de esta palabra.

24 días, 8 horas, y algunos minutos que no sabría contar, de Ausencia.





miércoles, 1 de mayo de 2013

Música en las venas

Una de las cosas que más me entusiasman, aparte de escribir, leer, cocinar, coser y tejer (y no necesariamente en ese orden), es la música.

La música es algo vivo, que siento retumbar en mi interior, es parte de la sustancia que soy, es capaz de conmoverme, como no sé explicar con palabras.

Siempre respeté a los privilegiados que sabían tocar un instrumento, o a los que, encima, eran capaces de leer una partitura, he respetado, incluso más profundamente, a los compositores. Les admiraba y les tuve secreta envidia.

Pronto hará cinco veranos en que se me pasó por la cabeza, una vez más, la idea de aprender a tocar un instrumento. Lo más socorrido, práctico y llevadero, pensaba entonces, era la guitarra. Empecé a buscar profesores, escuelas, comencé a averiguar precios. Era, ésta, un idea que había ido apareciendo cíclicamente en mi vida desde mis tiempos de facultad. Pero, siempre tenía a mano una excusa sensata para no seguir mis impulsos.

De todos modos, me vi obligada a abandonar el tema, una vez más: empezaba en un trabajo nuevo, empezaba a estudiar para las oposiciones, tuve un par de reveses familiares graves y el que creí mi mejor amigo, salía huyendo por la puerta de atrás a finales de agosto de 2008, dejándome sola en medio de un panorama espiritual y económico comprometido, por definir mi situación de una manera suave.

Tras naufragar en todo ello, salí a la superficie, abrí este blog y empecé a comprobar que podía seguir viviendo por mí misma (cuando alguien te deja tirado, pronto descubres que ni era tan "amigo", ni imprescindible ni valioso), me dí cuenta de que era capaz de afrontar lo que me echaran sin perder mi sonrisa más que un rato.

La idea de aprender música quedó enterrada, entre todo aquello, una vez más. Me dije a mí misma que nunca jamás lograría aprender.

Nunca jamás es una expresión tan definitiva como inexacta. La vida es sorprendente, nosotros somos sorprendentes. Los pensamientos y las ideas que nos definen un día, cambian al siguiente. En ocasiones, es una cuestión de enfocar las cosas desde la perspectiva adecuada.

La perspectiva adecuada vino de la mano de una persona que hace mucho que conozco, de la esfera de blogs que frecuento desde otoño de 2008. Por una razón tan trivial y casual como un libro, iniciamos una amistad muy especial.

Una de las primeras cosas de las que hablamos fue de música. A través de nuestras conversaciones esta persona me mostró la complejidad misteriosa de la composición musical, del lenguaje musical. Lo más importante es que me hizo ver que no había nada imposible. Si me gustaba la música, ¿por qué diantres no dedicaba unos euros y unas horas a aprender un instrumento? Y... ya puestos, ¿por qué no aprender a tocar piano?

Exactamente, ¿por qué no?

Cambié mi ángulo de visión, lo pensé, fui a informarme a diversas escuelas de música cercanas a mi casa.

A finales de enero de 2011 inicié mis clases de piano.

Llevo apenas dos años peleando con las teclas blancas y negras, mientras, paralelamente, aprendo lenguaje musical, para poder comprender mejor lo que estoy tocando.

De la mano de Marta, mi profesora, llevo dos años en un mundo fascinante, que resulta de la combinación de razón y corazón, de lógica racional, de matemáticas, de física y de sentimiento. Caí de inmediato en el embrujo de los sonidos, las divertidas siluetas de las notas, y de la notación musical, que estoy aprendiendo en inglés, catalán y castellano a la vez. Caí en la magia de la academia, en la que siempre hay alguien tocando, ensayando, sea saxo, guitarra, canto. Es divertido alternar con los enanos bajitos que son los niños que estudian instrumento o iniciación al lenguaje musical. Acabar la clase y ver entrar a Daniel o a Julia, o a una niña que se apasiona tanto por la música que se abraza a los instrumentos cuando alguien los hace sonar bien...

Estudiar piano es intenso, es exigente, me pone contra las cuerdas, pone mi cerebro a cien, pone en tensión mis manos, mi atención; me divierte, me relaja, cambia mi estado de percepción de las cosas. Es lo más parecido a una meditación, al menos, para mí.

Estas semanas estamos ensayando a toda prisa. Dentro de catorce días, los adultos que estudiamos en la academia realizaremos una pequeña demostración y he de preparar una pequeña pieza. Con mi profesora estamos preparando tres a la vez, sencillas, para elegir la que nos guste más.

Hace apenas dos meses salí bien parada de una intervención quirúrgica. Cuando me sentí mejor, aprovechaba alguna mañana para ir a la escuela a practicar alguna de las partituras con un piano de verdad.

Una mañana me emocioné tocando una adaptación a piano del tema romántico de la película "The Lion King". Se me dirá que es una cursilada total y yo responderé que tiene razón.

Sin embargo, fue intenso descubrir que, tras dos años, en ocasiones, me dejo ir en lo que tocan mis dedos (falta mucho para que dejen de ser torpes). Fui capaz de entrar en el "mood" de la pieza y me acabó transportando.

Trabajar con dos partituras (una para cada mano), leer las notas mientras se tocan, entrar en la magia de la melodia que se intenta hilar y apreciarla, todo al mismo tiempo, no es nada sencillo.

Esta es una de las partituras que estoy aprendiendo: una pieza más pícara y divertida. Es lo que tiene la música, un tema para cada lugar y cada momento.







domingo, 17 de marzo de 2013

Pérdidas y ganancias

El panorama laboral está de pena. Cuando una lleva casi 5 años sobreviviendo en una empresa pública, a fuerza de dedicación, de ver muchas cosas escandalosas y callar siempre, se acaba perdiendo las esperanzas.

Hoy es uno de esos días en que las ganas de dar una patada al trabajo resurgen con fuerza en mi interior. No se valora el esfuerzo, ni las horas de más dedicadas a aprender, o a que los temas de los que una se responsabiliza, salgan adelante.

Resulta increíble, pero siempre llega alguien que "ya estaba antes de ti", aunque lo haga de pena. Llegó antes y te pilló el puesto, sin merecerlo ni ganarlo día a día. Cuando ocurre esto, una, que está ya harta de poner cara de póker,  siente rabia y desesperanza.

Rabia porque no es justo que los mejores puestos de trabajo se los lleve alguien por ser "familiar de", o que los ocupe una persona que tiene derechos "de antigüedad" que hacen que ni siquiera sea necesario que esta persona haga bien su trabajo. La desesperanza llega cuando una comprueba que esforzarse, en este país de chupatintas, enchufes, prevaricaciones y otras perlas al uso, no lleva a ninguna parte. Para mí es una cuestión de calidad de trabajo, de ser la mejor o ser lo mejor posible, una cuestión que, en estos casos, no suele tenerse en cuenta. Se mantiene en los puestos de trabajo a personas claramente inútiles, solamente porque "son fijas y llevan mucho tiempo en la empresa", mientras que gente con más aptitud y ganas de trabajar se queda en la retaguardia o peor, en el temido paro.

Hace unos años tomé una decisión y salté al vacío, profesionalmente hablando. Hasta cierto punto es un milagro que haya sobrevivido a los recortes, tijeretezos, EROS y demás figuras jurídicas usadas para atar bien corto a la Función Pública. He trabajado mucho, he trabajado bien, sin pasar por encima de nadie y sin jugar tretas sucias para defender mi puesto de trabajo. He tenido un poco de suerte, pero nadie me ha regalado nada.

Hoy me pregunto qué maldito sentido tiene todo ese esfuerzo dedicado.

Como dije, cuando comencé a reabrir este rincón, habían éxitos y fracasos en estos tiempos que he estado fuera de la esfera blog.

Esta noche pienso en los fracasos. Supongo que de todo esto saldrá algo bueno, pero, ahora mismo, no lo veo.

De todos modos, pienso en lo mal que va el país y en las actitudes de mucha de la gente con la que trabajo. Una no se extraña de que las cosas vayan tan mal ante la desgana de muchos trabajadores y la mala gestión de los mandos intermedios, que ni saben organizar ni saben de eficiencia. Se pierde tiempo en muchos despachos, demasiadas reuniones, demasiados cafés, se paga demasiado a gente que no justifica su salario y se maltrata a gente con ganas y pasión por lo que hace. Ni siquiera la ley nos permite "vender limonada". Los pequeños negocios son complicados de arrancar y la conjura de las tasas y los impuestos los suele ahogar antes incluso de que vean la luz.

Esta noche tengo ganas de irme a Australia a trabajar. Escucharé cualquier propuesta, eso sí, que sea honesta, si no es mucho pedir.

jueves, 7 de febrero de 2013

Susto o muerte: de regreso

Hace mucho, mucho, que no escribo. La corriente de acontecimientos vitales, que no fueron pocos en estos tiempos, me tuvo explorando otras posibilidades comunicativas.

Tras algunos éxitos y algunos fracasos (según si los valoramos según las unidades de medida al uso), estoy reabriendo la buhardilla.

 
Hay mucho polvo de tiempo atrasado. Voy a abrir las ventanas, para que entre el aire de febrero y limpie la atomésfera algo enrarecida de estos tiempos. Nos leeremos pronto, posiblemente en marzo.

lunes, 28 de febrero de 2011

Biutiful: Barcelona es un buen lugar para morir



Barecelona es una ciudad con muchos habitantes, se extiende a diestro y siniestro entre dos ríos (el río Besòs al Norte y el Llobregat al Sur,) limita al mar por el Este y con la sierra de Collserola al Oeste... En este espacio, surcado por llanos, montes bajos, antiguas rieras, pueblos cercanos a la ciudad amurallada que han sido progresivamente devorados por la metrópoli, el director mexicano Alejandro González Iñárritu nos cuenta una historia.

Una servidora, que vive en esta ciudad desde hace 46 años y que patea cada día sus calles, huele sus perfumes y sufre sus consecuencias, contempló la historia y la encontró tremenda. Un cuento de seres probables y posibles que habitan este espacio del Mediterráneo.






















Uxbal es un padre de familia que lucha para sacar adelante a sus dos hijos, con el problema añadido de su esposa bipolar, que tendrá que plantar cara a un serio problema de salud que puede condicionar el futuro de sus hijos.





















Es un hombre corriente, no tiene historia que nadie vaya a recordar, no destaca en nada, es... alguien a quien la vida lleva por donde lleva. Puede parecer un tipo duro, y sin duda lo es, pero tiene un don: no ha perdido la capacidad de amar, ni a sus hijos ni a los demás. A su modo y dentro del sistema despiadado, corrupto, que la legalidad ha establecido con los inmigrantes que aterrizan en la ciudad, intenta mantener una "in-cierta" justicia. Esta justicia resulta difícil de comprender, tanto para los propios inmigrantes a los que da trabajo, como para el policía amigo o incluso para el hermano, socio de sus negocios poco ortodoxos.

Ante todo Uxbal es un hombre profundamente solo, que no tiene de quién echar mano. Las circunstancias van haciendo su carga más y más pesada: hijos a los que educar, pareja con la que apenas puede contar y que ni sabe cuidar de sí misma, su maltrecha salud... y los escasos gestos de bondad que intenta hacia los demás se vuelven en su contra. Lucha como un samurai, y sabe que tiene las de perder...





















No voy a dar más detalles del argumento, por si no la habéis visto, porque yo fui a verla con ciertos prejuicios y la realidad del film me sobrepasó.

No es bonito asistir a la realidad de la inmigración más desamparada de Barcelona, gente que se gana la vida en negocios ilegales, cuando no al margen total de la ley. Esas paraditas de tops manta que nos venden cd's pirata, bolsos de Tous de imitación a buen precio, encierran otra realidad que todos nos negamos a reconocer. Nos importa un carajo si aquel señor de color depende de ese negocio turbio, que a su vez es competencia desleal para aquel otro tendero que abre cada mañana su tienda y paga muchos impuestos por ello. Compramos barato, y esa compra, cargada de doble moral, fastidia al tendero, permite sobrevivir al sin papeles que no puede hacer mucho más y hace rico a algún intermediario o algún policía corrupto que se deja hacer, a cambio de un porcentaje. Es un juego de suma cero: todos ganamos.

¿Todos ganamos? ¿Nadie se para a pensar en las consecuencias de lo que se compra a alguien en semejantes condiciones? Yo creo que fingimos ingorancia hacia todo lo que perturba y molesta. No queremos complicarnos la vida. Alguien me dijo no hace mucho que pensar duele, ver las cosas como son, también. Por eso nos anestesiamos con las más tontas justificaciones, para no reconocer según qué cosas, para no afrontar según qué realidades.

No se habla mucho de estos temas. Periódicamente se hacen redadas en ciertos lugares de mi ciudad "para limpiarlos" de inmigrantes y venta ilegal, desmantelan algún taller clandestino en el que gente sin documentación es obligada a trabajar en condiciones que ningún sindicato aprobaría (ni nuestra amada y vilipendiada Constitución). Sacamos a los vendedores ilegales de un lado y los metemos en otro para que no "se vean tanto". A veces los vemos escapar de los mossos.El verano pasado presencié un amago de huida, subieron al autobús en el que yo estaba regresando a casa desde el hospital. Me di cuenta de que la gente los ayudaba a camuflarse, para pasar desapercibidos. Me dio pena. No les queremos aquí, pero les compramos baratas sus mercancías, queremos que paguen impuestos pero no hay trabajo para tanta mano de obra sin qualificar. Así que damos con una mano y retiramos con la otra.

En más de una ocasión siento vergüenza. Vergüenza propia y ajena.

Y esto es lo que hay, y una de las cosas que cuenta esta película. Toda la historia transcurre en la ciudad de Barcelona, en lugares próximos a mi casa que conozco. Tengo el honor de atender en el hospital del Mar a gentes que, como Uxbal, se han de enfrentar a situaciones muy complicadas y lo hacen con una dignidad tan simple como natural. Las playas de la Barceloneta, un colegio del barrio del Raval, calles del Barrio Gótico, incluso alguna localización en la Mina, aparecen junto con el skyline barcelonés, para hacer creíble la historia de Uxbal.

Por otro lado, hay momentos de una brutal sensibilidad en el film, en que se nos muestra con imágenes difusas el propio pensamiento de Uxbal. Esos momentos son especialmente emocionantes para mí, que paseo por los mismos lugares que el protagonista. Ver amanecer en las proximidades del mar, en las callejuelas cortas del barrio de la Barceloneta, es un pequeño privilegio en el que solo algunas almas infantiles e inconscientes, reparamos... mirar al cielo y ver revolotear las bandadas de pájaros, olisquear el aire de la mañana en los barrios barceloneses que tocan al mar, contemplar cómo la ciudad loca despierta cada día y se duerme cada noche... todo eso no me es extraño. Como tampoco me resulta extraña la vaga sensación que me llega del personaje central de este cuento: le cansa la vida, y al mismo tiempo, desea con fuerza vivirla.

Se me dice que leer historias es algo que acaba aburriendo, o que, simplemente, tiene interés escuchar sobre vidas ajenas, reales o ficticias. Yo sigo interesada en las historias que algunos se empeñan en contar, sea a la luz de la luna, una noche, en el monte, o en una sobremesa, o de la mano de la confidencia, como una fabulación, concentrada en un buen libro o en una película que engancha.

Las historias son... reflejos y pedazos de nosotros y de los otros, a través de ellos fingimos vivir una vida que no es nuestra y ellos, a su vez, se nutren de nuestros fantasmas. El narrador de historias tiene algo mágico entre las manos y las palabras con las que teje sus narraciones. Ahora, con el cine, también, son imágenes.


Sólo un detalle más a comentar: el título de la película, que surge de una pregunta de la hija de Uxbal, mientras hace sus deberes. Las cosas, pues, deberían ser tal como suenan ¿no?

domingo, 28 de noviembre de 2010

Tu sexo es mi perfume



















Es un libro de… chicas y para chicas, sí, para una raza de chicas que nacimos en los años sesenta. Es un libro para las mujeres que hemos vivido a caballo entre dos épocas distintas, chicas que recibimos una educación que luego tuvimos que desaprender, porque no nos prepararon en absoluto para lo que nos esperaba.

Crecer no es fácil, buscarse un lugar bajo el sol tampoco. Todavía es menos sencillo si se es mujer. Ni lo fue antes ni lo es demasiado ahora, por más que hayan cambiado algunas cosas.

La historia que narra Anna Llauradó es un pequeño homenaje a un tipo de mujeres que conozco bien. Es un homenaje a la valentía. Es un homenaje a la sensualidad, por encima de lo estrictamente sexual. Es un homenaje a la vida. Pero, por encima de todo es un homenaje al amor.

Una mujer, cuyo nombre no se nos revela en la novela, describe su vida al tiempo que, desde sus recuerdos, nos explica la historia de su tía, Irene, con quien siempre ha sentido una gran afinidad.

La protagonista comienza hablando de sus sentimientos y del parón enorme que tuvo que dar a su vida cuando su ritmo frenético la llevó a los ataques de pánico. Un pozo del que saldría poco a poco, victoriosa y algo más sabia.

Pero, tras el velo de su propia historia, contada en primera persona, nos va presentando a través de sus recuerdos a los fantasmas de su infancia que la acabarían llevando a la ansiedad. Unos fantasmas que corren a la par de la intensa relación que su tía, Irene, mantuvo con Roberto, un hombre italiano de origen japonés.

La historia de Irene es una historia de amor, claro, pero en tránsito hacia su autodescubrimiento, hacia el descubrimiento del otro. De la mano de Roberto Irene entraría en los laberintos de la sensualidad, del perfume hecho sensación y del deseo con el amante casi perfecto.

No se atrevió a plantar cara a un modo de vida y una sociedad cerrada, y terminó casándose con “el hombre adecuado” según los cánones sociales.

Renunció a sí misma o lo que es lo mismo: renunció a la posibilidad de ser feliz. Durmió sus sentidos, simuló olvidar los perfumes y vivió aletargada.

Hasta que un día… despertó de nuevo al mundo y a la posibilidad, de vivir, de vivirlo, al mundo y a la propia vida.

… aunque la lucha entre el deseo y el miedo ha sido una tónica habitual en mi vida. Y en la de tía Inés también.
Todo eso son tonterías, dirían en casa. Pero, en estos momentos, enfrentarme a la posibilidad de la tontería y no temerla ya es un buen comienzo. Atreverme es el verbo: frente al temor, el deseo y el atrevimiento.


A través de Irene y su sobrina me vi inmersa en un viaje de dentro hacia fuera. Un viaje de los olores a la consciencia del momento pasado, del momento presente.

Dicen que el olfato es uno de los sentidos que tenemos más conectados con el resto de animales no humanos. Un sentido que tiene un fuerte poder de evocación, de memoria. ¿Quién no ha recordado, a través de un olor, un sentimiento, un momento, una historia? Mis propios recuerdos de niña tienen un fuerte poder olfativo: el olor a croissant recién hecho en la pastelería cercana al colegio, cada tarde. El olor a la colonia de limón que impregnaba mis primeras clases, que me conducían a las primeras palabras escritas, aprendidas con aquella maestra franquista... Olor a árbol de Navidad, cada diciembre, olor de naranjas mezclados con frío, olor a salitre durante los veranos, mezclado con el perfume de la leche merengada, olor a jazmines, en un pueblo perdido de Almería…

Esta narración tiene un potente compomente olfativo. Cada olor trae un recuerdo, evoca un suceso, una idea. La delicia del perfume crea la atmósfera adecuada en cada momento del relato, como lo crea en cada momento de nuestras vidas.

Pero regreso a la historia que Anna entreteje…

La de Irene y Roberto es una historia de amor. Con mayúsculas, teñida de perfumes, de poesía, de una sensualidad inocente y perversa al mismo tiempo. Roberto tiene ascendencia japonesa, ella, sin embargo es totalmente latina, intuyo que Mediterránea, por su manera de vivir, de sufrir y de negarse a sí misma. Roberto le mostrará, al modo italiano y japonés (que no chino) lo que es la paciencia, le hablará del valor del momento presente. Se entregarán el uno al otro, de verdad, hasta el fondo de sí mismos.

Conocer a Roberto fue entrar en la casa del té.
-Cuando quieras correr, párate- le dijo él, horas después de conocerse.


En el mundo de prisas y velocidades que conocemos todos, esa frase es un choque brutal con otra realidad que hemos ido enterrando todos bajo responsabilidades, deberes, porcentajes y objetivos. ¿Dónde se nos queda el tiempo para vivir? ¿Dónde arrinconamos el tiempo para la contemplación de lo que se mueve? ¿Dónde, en qué punto del camino dejamos de lado al amor? Hemos dejado todo lo importante a un lado, y vamos de cabeza hacia la locura.

Días después Roberto le explicaría a Inés que en la ceremonia del té, el secreto se desvela si estás. Presente.
Coges la taza…
La miras…
La sientes…
Te enteras realmente de cómo es…
La conoces.
Sí, conoces la taza.
Vas a beber de ella… Así que te relacionas con ella…
Y, de repente, una sencilla taza de té se transforma.
“Te” transforma.
Existes.
Ni un segundo de tu existencia se malgasta.


Se trata de llevar la existencia a la máxima expresión. Todo un reto que, a veces, milagrosamente, logran dos almas a la vez. No es fácil. No es probable. Pero tampoco es imposible.

Roberto le muestra, queriendo y sin querer, la dimensión desconocida del verbo y del deseo. No es algo voluntario. Un lazo muy fuerte, inexplicable, se crea entre ellos nada más conocerse. Irene, sin demasiada experiencia, tiene una revelación potentísima que a duras penas es capaz de explicarse:

... y a ella le gustaba tanto la poesía… Además, necesitaba palabras. No sólo para escribir versos, sino para romper el silencio con Roberto: le daba miedo. En realidad, temía al deseo que había empezado a manifestarse, desnudo, directo, cuando no había palabras entre ellos. Así que empezó a preguntar, a interesarse, con una cierta sinceridad, pero, sobre todo, con urgente necesidad.


"La verdad no tiene más que un camino". Es una frase hecha que todos hemos escuchado hasta la hartarnos. La verdad es que no hay una sola verdad, hay muchas, como caminos se abren ante la tierra que pisamos. El camino está plagado de trampas, de espejismos, de fantasmas y caminos traicioneros. El miedo nos puede en ocasiones, arriesgarse por senderos poco transitados es peligroso. Por eso muchos nos equivocamos, elegimos el que parece más seguro, que no es necesariamente el mejor.

Irene tuvo miedo y no se atrevió. Roberto puso ante sus pies la prueba de su error, envuelta en un arrebatador instante…

Él se arrodilló entonces ante la mujer que iba a perder para siempre, levantó suavemente su vestido, deslizó sus medias hasta sus tobillos, desnudó luego su sexo y, con absoluta desesperación, hundió sus labios en aquella flor cuyo aroma quedaría eternamente guardado en su memoria. Aquel fue el beso más devastador que Inés llegaría a conocer jamás y, por él, estuvo a punto de dejarlo todo y… Perdió la noción de sí misma, como la primera vez, en la playa, y la reencontró en brazos de Roberto que, en el último instante, volvió a mirarla, una vez más, la última ya, con aquel destello oriental, esperando a que ella se atreviera… Pero Inés no pudo y él la abrazó con todo su ser para confesarle, para susurrarle, para inmortalizar en ella el deseo y la voz de su alma diciéndole:
-Tu sexo será mi perfume. Siempre. Aunque nunca nos volvamos a ver…


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¿He desvelado el final de la historia? Ni por asomo. Hay que leerla toda, que se deja, por su sintaxis sencilla y sin complicaciones. Anna sabe transmitir sin demasiado adorno lo que nos cuenta. Sabe dar el tono justo a la palabra adecuada. A lo largo del libro se suceden recuerdos, aromas cotidianos que todos conocemos y que, seguro, nos evocan recuerdos propios; hay mucha ternura y algunas pinceldas de ironía en el relato. El gusto por la poesía, los juegos de haikus, el valor eterno del instante presente se combinan con una historia amena de final sorprendente, o no porque… ¿hasta cuándo no nos atreveremos a ser nosotras mismas? ¿permaneceremos siempre encarceladas en la prisión de lo conveniente o abriremos las ventanas, dejaremos que entre el aire fresco y viviremos de una vez la vida que queremos?

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Los textos entrados en cursiva son citas extraídas de la primera edición de esta novela, que fue publicada por Ediciones el Andén, en octubre de 2007.
Anna Llauradó
Tu sexo es mi perfume.


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イスマエルの

Lovecats, de Benita Winkler