jueves, 13 de agosto de 2009

Caramel



"Caramel"

It won't do
to dream of caramel,
to think of cinnamon
and long for you.

It won't do
to stir a deep desire,
to fan a hidden fire
that can never burn true.

I know your name,
I know your skin,
I know the way
these things begin;

But I don't know
how I would live with myself,
what I'd forgive of myself
if you don't go.

So goodbye,
sweet appetite,
no single bite
could satisfy...

I know your name,
I know your skin,
I know the way
these things begin;

But I don't know
what I would give of myself,
how I would live with myself
if you don't go.

It won't do
to dream of caramel,
to think of cinnamon
and long
for you.

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Las vacaciones están en su apogeo. La ciudad se muestra más vacía que en el resto del año. El ritmo baja, tan solo los turistas, con su eterno deambuleo ruidoso rompen lo que debería parecerse al silencio.

Con el calor llega la pereza, la contemplación lánguida de las horas. Los recuerdos salen algunos ratos de sus rincones oscuros. Treinta, veinte, diez, dos... ¿años, meses, días, segundos? los recuerdos se van tiñendo en colores pastel, se van desdibujando lentamente hasta difuminarse en la bruma del tiempo pasado que se torna presente en nuestra imaginación.

Miro atrás, contemplo el recuerdo, el deseo de lo que nunca debí haber deseado, el regusto tibio del pasado hecho presente tan solo una fracción de segundo, para dejarlo otra vez en el arcón de lo pasado, o sea, muerto, aletargado, estático, aquiescente. ¿Quién no ha ansiado alguna vez algo, alguien que sabe imposible?

Se tiende a idealizar aquello que no pudo ser, lo que fue un tal vez, un quizás. Es natural.

Un nuevo otoño se va dibujando en leves trazas ante mis amaneceres; un amanecer unos minutos más tarde, alguna hoja caída por azar sobre el asfalto, una ligerísima brisa ante el mar. No se ve, pero yo le noto ya, agazapado, por los rincones de mi presente.

Esa quietud estival se deja ir por entre las calles de esta ciudad. Salgo del trabajo, miro al mar, ahí, siempre hacia el Este, me pierdo entre la multitud extrangera, huelo el mar, huelo el aire, contemplo los árboles, me dejo invadir por el salitre del mar. Me sumerjo intensamente, en este, mi presente.

Si permito al recuerdo su regreso, lo dejo fluir como las nubes en el cielo, que vienen, pasan, se quedan un rato y se van.

Caramelo, canela... qué tremenda sensación de vida en los labios.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimada señorita:
Teniendo en cuenta que ambos compartimos una atracción semejante hacia una misma película: Déjame Entrar, es mi deseo invitarla a seguir el artículo que he tenido a bien en dividir en una sucesión de entradas.
En el mismo hago una extensa crítica de la película haciendo un uso extenso y paralelo de la novela que la hizo posible. También inserto la película por porciones, cadenciando de esta manera la crítica.
Un fuerte abrazo desde las islas canarias.

sarah dijo...

¡Muchas gracias y bienvenido!

No dude de que me pasaré a dar una vuelta por su bitácora.


Lovecats, de Benita Winkler