miércoles, 26 de mayo de 2010

Maternidad y ecología

Domingo 16 de mayo, 8:30h de la mañana.

Estoy en el distrito de Horta. Allí colaboro con otras compañeras en tareas proteccionistas, de las que no doy más datos por no ser ese el eje de mi entrada.

Cerca de la parada del metro, de un portal cercano sale un niño, le supongo unos doce o trece años.

Sale vestido con chandal y deportivas, en la mano lleva una enorme bolsa de patatas frías, de la que va engullendo su contenido.

Relentizo mi paso, totalmente sorprendida por la imagen: niño, hora, desayuno: gran bolsa de patatas fritas.

Mi mirade debe de ser muy expresiva, incluso he ralentizado mi paso. Se cruza conmigo una mujer más joven que yo y que se dirige hacia el crío para picar al timbre de la puerta, parecen estar cargando el coche para marchar de excursión.

Se fija en mi expresión y me mira mal, ¿qué demonios hago yo, mirando a su hijo?

Claro, ¿es demonios hago yo escudriñando lo que un niño desayuna un domingo, aunque sea una gran bolsa de Fritos, Doritos o similares?

Les dejo y sigo mi camino, totalmente desconcertada por lo que acabo de ver.

Al mismo tiempo vienen a mi mente las últimas noticias que se han publicado en mi comunidad autónoma, referentes al gran déficit que arrastra la sanidad pública y que no tiene visos de menguar, sino más bien al contrario.

Se me dice constantemente que "somos libres" de comer lo que queramos, beber lo que nos apetezca y, en suma, meter en nuestro cuerpo lo que nos plazca.

Somos libres... hasta que la enfermedad nos delata.

¿No fue hace unos meses, apenas unos años, en que a una madre se le retiró la custodia de su hijo por darle un guantazo? ¿dice algo la Ley sobre malalimentar a los hijos o fomentar constumbres, cuando menos poco sensatas?

Pues nada, que salgo a la calle, constante fuente de inspiración, y a veces, de espanto.

1 comentario:

Joselu dijo...

Yo también me quedo estupefacto muchas veces viendo las chuches que comen los niños ante la aprobación de sus padres. Asimismo veo el McDonalds lleno de familias que van con sus vástagos a comer la comida basura que allí se expende. El olor a grasa quemada es nauseabundo. Me pregunto cuánta fruta comerán estos niños, cuánta verdura, cuánto pescado, cuánta legumbre...


Lovecats, de Benita Winkler