lunes, 20 de julio de 2009

Nacionalismos












Hace muchos años acepté una entrevista que realizaba un estudio entre la juventud de la ciudad recién salida de la dictadura. No recuerdo exactamente lo que me preguntaron salvo una cuestión, que hacía referencia a mi sentir respecto a mi pertenencia nacional (española, catalana, las dos cosas)... recuerdo que, decidida, respondí que me sentía apátrida. El muchacho, joven pero mayor que yo, puso cara de susto y recuerdo que casi se escandalizó por la respuesta. No recuerdo mis argumentos para tal tajante afirmación. Quizá pesaban en mis quince o dieciséis años los eternos comentarios despectivos por ambos lados de mi familia (recordad que parte de mi familia es andaluza, pese a haber nacido y crecido en Barcelona, con la otra parte familiar alguna ranciamente catalana. Le dije como que la patria no era algo tan importante, después de todo.

Fue una respuesta algo naïf con ciertos deseos de "distinguirme de la masa" tan típicos de la adolescencia.

Luego, con más conocimiento de causa y tras superar esos prejuicios (al menos ignorarlos, la parte de mi familia catalana de entoces murió y cuando estoy con mis primos y mis tíos en Almería, tras años de comentarios y vagos reproches, simplemente soslayamos el tema y algunas veces me hago la sorda -y la tonta- a ciertos comentarios malintencionados) me pregunto hoy a mí misma qué relación tengo con la tierra en la que vivo.

He recorrido poco mundo, no he sido una gran viajera. Sin embargo he estado en lugares que me han hecho pensar y sentir distinto a mi modo habitual de pensar y sentir. Tierras magníficas que me han cautivado por esto o por aquello. No ha habido un lugar de los que he estado en los que no haya encontrado algo valioso. Cada tierra tiene su qué.

Lo cual me lleva a ese juego de afinidades con ciertos lugares. Es cierto que el lugar en el que se nace, en donde uno crece, en donde uno vive, es algo que nos condiciona. Después de todo somos la suma de muchas cosas y la resta de otras.



Pero me molesta profundamente la manipulación de que somos objeto con conceptos como nación, patria. Se apela a ella para pagar impuestos, para votar a tal o cual partido, para ir a la guerra contra otra nación, para odiar a este o aquel en base a su origen... Se usa el afecto a la tierra como otro instrumento de dominio. Se nos engaña de muchas maneras. Ésta es una más.

Siento grandes afectos por tal o cual tierra, algunas, ignoro la razón, me atraen más que otras. En cuanto me hablan de deberes, de patriotismos exarcerbados, no puedo evitarlo, me desinflo cual suflé al que le han bajado la temperatura demasiado rápido. Pero no quiero crear más fronteras a las que se van poniendo, nos van imponiendo, desde "las esferas de los que velan por nosotros". Prefiero sentirme tan solo una criatura de la tierra. Una tierra sin fronteras, sin barreras, sin etiquetas.

2 comentarios:

Miguel Ángel Raya Saavedra dijo...

Uno no escoge dónde nace, pero sí escoge de dónde se quiere sentir.

Felicidades.

Carmen dijo...

Siento exactamente lo mismo que tú, Sarah. No entiendo los cantos a la patria o los nacionalismos extremistas. No entiendo que uno pueda sentir ese amor ciego, esa identificación con un país o una bandera. Siempre pienso, siempre digo, que nací española, catalana, por casualidad, igual que pude nacer china, irlandesa o marroquí. En todo caso soy un ser humano más del planeta Tierra y, es posible, que un ser vivo e inteligente más del Universo. ¿A qué, pues, tanto himno y tanta bandera? De lo único que doy gracias es de haber nacido en el "Primer Mundo", pues nacer en el "Tercer Mundo" es casi como una condena. Lo digo por cierta experiencia personal. Hasta llegar a un país como España de vacaciones precisa de visados, cartas de invitación y trámites varios, casi como si por ser de cierto lugar o país uno fuera un delincuente o un apestado. Eso me subleva...¡asco de ser humano!

Ada


Lovecats, de Benita Winkler