martes, 21 de julio de 2009

50 palabras, 60 palabras o 100



Estos días me he ido enterando de que varias conocidas mías se separan.

Casi todas son mujeres de cuarenta y pocos. Muchas con críos, en algunos casos todavía pequeños.

Una separación en sí misma no es una mala noticia: dos personas han decidido que su proyecto de vida quedó obsoleto, que desapareció el amor, las ganas de estar juntos... en cualquier caso, si no hay voluntad de manterse unidos lo más honesto es seguir cada uno su camino.

Lo que me sorprende es ver la gran cantidad de gente que se separa. Antes no se separaba nadie, claro, ni había un marco legal que lo permitiese, ni la mujer podía tomar decisiones independientes del marido. Apenas algunas de ellas eran independientes económicamente (un detalle bastante importante). La moral al uso descalificaba a la esposa y la hacía culpable casi "por defecto", la mujer separada era "algo devaluado", de segunda categoría.

La situación actual es distinta y compleja. La mujer ha ganado independencia legal que la convierte en ciudadana de pleno derecho (no subordinada a un hombre, padre, hermano o esposo). El acceso al trabajo posibilitó esa "habitación propia" que tanto reivindicaba Virginia Wolff, ya en el siglo XIX, como antesala de la verdadera independencia femenina. Los valores han cambiado radicalmente en apenas el transcurso de mi propia generación. Las mujeres de hoy pueden elegir entre casarse o no hacerlo, entre tener hijos o no tenerlos, pueden separarse y ser madres solteras y nadie se escandaliza.

En mi caso, he vivido ese cambio a lo largo de mis años de vida. Fui educada para ser una mujer decente. Se me enseñó a temer al macho. La figura el padre en mi casa era la de un tótem que con una mirada podía fundir nuestro valor. Fui testigo de la sumisión casi total a las decisiones de mi padre. Siempre se relacionaron con afecto, pero al mismo tiempo desde la superioridad indulgente de mi padre. Vivimos las leyes de apertura con sorpresa en casa y se me amenazó con la expulsión del hogar si se me ocurría regresar a casa embarazada. Asistía perpleja al relato de las aventurillas corridas por mi padre de joven (visitas a burdeles incluidos) con los consabidos juicios de "nadie se casa con una mujer fácil" y con los apelativos despectivos hacia fulana o mengana por hacer exactamente lo mismo que había hecho mi padre. Los consejos a hurtadillas, los ruegos de mi madre a "que no hiciera una barbaridad" con mi virginidad... todo eso fue quedando en el olvido al correr del tiempo. Cuando mi hermana se separó en el año 89, apenas un año después de haberse casado, una crisis estalló en mi casa. Parecía el fin del mundo. Apenas diez años más tarde, media familia andaba separada, con lo que nuestros mayores se fueron acostumbrando. Ellos siguen sin compartir ese modo de vivir, pero al menos no les da una arritmia cada vez que alguien de la familia tiene un hijo sin casarse o viven en pareja sin el consabido paso por la iglesia o el juzgado...

Veo bien que la gente no tenga que soportarse eternamente si ambos no lo desean, me gusta que por fin ya nadie ponga en duda si tenemos alma o no, que podamos cumplir como ciudadanas igual que los hombres, que podamos trabajar, que podamos decidir sobre nuestra vida si no igual (eso aun está por lograr, nuestros condicionamientos biológicos como madres en potencia siguen pesando en esta sociedad, junto con la indiferencia masculina hacia este tema), sí muy parecido a como deciden los hombres. Estudiamos, trabajamos, pagamos impuestos y nos volvemos locas intentando compaginar nuestro trabajo con nuestra vida de pareja con nuestro cometido de madres, las que hemos decidido asumirlo.

Pero algo hay que no acaba de marchar bien. Quizá el proceso ha sido muy rápido y todavía estamos en la fase "elástica" de desmadre hasta que todos asuman nuevos roles y se relajen, o me da a mí que hay falta de compromiso, o que con el tiempo ese compromiso se torna insoportable y por eso la gente, acabado el rol de padres o incluso antes, vuela en busca de otros estímulos vitales. Los motivos que me cuentan... terceras personas, infidelidades repetidas porque tal o cual se siente "atrapado en una relación con hijos". Un primo mío, con gemelas muy pequeñas, dejó a su esposa porque "no había vivido lo suficiente"... el amor se acaba tan rápido como las existencias en la nevera. Quizá esto ya pasaba antes, pero simplemente, la posibilidad de recomenzar o probar suerte en otro lado no se contemplaba.

Quizá no es la turbulencia de estos tiempos que vivimos, sino algo más intrínseco nuestro, que nos impide ser felices con lo que tenemos, quizá somos como los niños, que se cansan tras haber jugado demasiado rato con el mismo juguete... los niños son egoístas y tal parece nuestro amor, tal y como me lo cuentan que funciona, en la ausencia de paciencia y respto hacia trayectorias vitales que después de todo no tienen por qué coincidir totalmente.

Es sorprendente tanto derroche de dolor y egoísmo tras las grandes palabras del amor.

2 comentarios:

Carmen dijo...

Querida Sarah,

No creo que haya una única respuesta para esa cuestión. Pero que creo que tiene que ver con la visión de la vida, con los valores de las generaciones anteriores. No había hombre que no asumiera que tarde o temprano se casaría y tendría hijos y que su misión era trabajar y mantenerlos. Y no había mujer que no pensara en su felicidad sin imaginarse con un hombre y unos hijos a los que cuidar. La familia era muy importante. Hoy en día hemos ganado en libertad, pero también hemos perdido en valores y en serenidad. No sabemos muy bien lo que queremos. Queremos mucho de todo y rápido: coches, viajes, salidas, ordenadores...Se huye de las responsabilidades y del compromiso, sobre todo los hombres (lo siento si alguno se siente ofendido). Una mujer o un marido son una atadura, pero los hijos son una cadena perpetua. Yo soy bastante estrambótica, al menos diferente :)) en mi manera de entender la vida, pero en otras cosas soy tradicional. Y añoro el concepto de familia, pareja que se enamora y comparte el proyecto común de tener hijos, educarlos y envejecer juntos. Ese proyecto se truncó. Hace casi un año que mi matrimonio se fue al garete y estoy en lo de "reconducir" mi vida. ¿La culpa? De los dos o de ninguno. No me gusta la palabra culpable. La suerte: el vínculo matrimonial se ha roto, pero persiste el vínculo como padres y como "amigos". No sé...nuestra sociedad va demasiado deprisa y estamos sacrificando muchas cosas para "tener" en lugar de "ser"...

Un abrazo y perdona por el rollazo, pero es un tema que me toca de lleno.

Ada

Alonee dijo...

buenas, Sarah...

ufff, hasta qué punto "duelen" tus palabras... es lo que pasa con las verdades, ¿no?
Creo que, independientemente de que exista ahora el marco legal que permite "aflorar" esas búsquedas de "libertad" o de experiencias vitales, tambien es cierto que la sociedad está cambiando... creo que somos más egoistas y no quiero decir que no tengamos derecho a serlo, pero considero que somos más egoistas y nos comprometemos menos que antes.. ¿qué vale hoy en día la palabra de una persona? soy bastante pesimista en este sentido...
un beso.


Lovecats, de Benita Winkler