martes, 24 de febrero de 2009

La Boquería: a la caza de sabor y simplicidad






De pequeña solía acompañar a mi madre al mercado más bonito de Barcelona: la Boquería.

Cada sábado, temprano, tomábamos el metro que en tres paradas nos dejaba en plena Rambla de las Flores. Mi madre trabajaba en casa como bordadora. Como la mujer organizada que ya entonces era, solía comprar una vez a la semana en el mercado. Luego, durante la semana, si faltaba alguna cosa más sencilla nos apañábamos en las tiendas del barrio. Era aquel un mundo simple y conocido. La panadería, la verdulería, le lechería, la tocinería... y luego el mercado de los sábados.

Odiaba el mercado. Odiaba acompañar a mi madre en un lento peregrinaje de tiendas, casi siempre las mismas: primero la fruta, luego el pollo y el conejo, algo de carne de toro cuando era la época, algo de pescado, que repartía luego en cestas que llevábamos entre ella, mi hermana y yo. No lograba entender qué sentido tenía aquel tiempo perdido mirando, preguntando precios, comparando texturas y frescuras misteriosas que no lograba comprender.

Con el tiempo me aficioné de una manera natural a la cocina. Fue algo que nadie me impuso. Progresivamente el misterio de una tortilla fue dando paso a la fascinación por un bizcocho, por un guisado. Ayudar a mi madre en la preparación de los canalones navideños se convirtió en parte de la fiesta, o mis robos a hurtadillas de las barritas de canela que mi madre añadía a la crema catalana el día de San José (tan deliciosas). Ya no me parecía tan engorroso viajar al mercado de cuando en cuando.

Entre mi infancia y la edad adulta comenzaron a surgir los supermercados cerca de mi casa. Al principio fue curiosad, luego divertimento, al final se hacía práctico ir allí porque "había de todo", en relativamente poco tiempo salías con la compra hecha, que si bien no tenía el encanto y la calidad de la fruta y el pescado comprado en el mercado, resultaba práctico.

Progresivamente fuimos dejando la compra en el mercado. El supermercado nos ahorraba tiempo y preocupaciones, disponibilidad horaria, disponibilidad de productos. Sin darnos cuenta fuimos introduciendo más y más alimentos manipulados. Todo ya hecho o casi, "para ahorrar tiempo". Formatos cómodos, atractivos, menos pesados. Siempre con las consignas "ahorrar tiempo y espacio".

Así que un buen día te fijas en lo que has comprado, mientras esperas, aburrida, en la cola del súper para pagar. Observas, miras alrededor y te aterras porque no ves comida real, ves cajas, productos químicos, saborizantes, conservantes, mejorantes, espesantes, estabilizantes, glucosa, betacarotenos, omegas 3 hasta en la leche de vaca...

Entonces recuerdas el dichoso mercado de tu infancia; te compras una cesta o un carro de la compra. Un buen día te acercas temprano, a curiosear. Te das de bruces con lo que nunca había desaparecido. La comida estaba donde siempre estuvo.

Llevo tiempo cambiando hábitos en mi hogar, no se puede hacer la revolución con un preadolescente y un hombre sensato pero acostumbrado a lo más convencional de la alimentación actual. Mis tendencias alimentarias han ido variando a lo largo del tiempo. He adoptado modas, tendencias éticas y demás. Creo estar en el camino hacia cierto punto de equilibrio entre ética y salud, entre naturaleza y cultura. Intento (no sé si lo logro) imponer sensatez en la alimentación doméstica.

Por eso hace tiempo que regresé al mercado. Todavía, soy sincera, piso algún supermercado de barrio, pero van siendo muy pocas veces. Puedo decir que el 90% de los alimentos que compro son fruta, verduras, carne, pescado sin manipular ni aderezar.

Un consejo que una persona sabia me dio hace tiempo fue "no compres nada que tenga lista de ingredientes".

Es un consejo breve, sencillo, muy fácil de seguir.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Sabio consejo de una persona sabia...al menos en el intrincado terreno de la nutrición...Tristemente, me asemejo bastante a esas personas del supermercado que describes, aunque intente evitar las aberraciones de los "alimentos-medicina". Yo también recuerdo las andanzas de mi madre por el mercado, aún ahora, que con la edad y los achaques se le hace difícil caminar,sigue erre que erre. Desarrollé alergia al mercado por sus idas y venidas de uno a otro, de una parada a otra. Y pocas veces entro. Y hacía mucho que no entraba hasta el sábado pasado, en que compré un pollo para guisar en una paradita pequeña. Y pensé "no está mal venir para según qué..." y miré las paradas de pescado, pensando que quizá debería acostumbrarme a ir más a menudo. Pero cambiar hábitos es difícil, sobre todo cuando uno de tus hábitos, obligados, es mirar continuamente el reloj, calcular cada minuto e intentar llegar a todo sin acabar desquiciada en el intento, tratando de arañar algunos minutos para leer los correos de los amigos que están lejos, estudiar o, simplemente, sentarse en el sofá al lado de tu hijo. Tú lo has conseguido, Sarah. Yo no lo sé...aunque cualquiera sabe...como tú, no paro de evolucionar, para bien o para mal. Besos. Ada.

Joselu dijo...

Tengo el mercado muy a desmano, y los sábados por la mañana es el día de la compra semanal en el Mercadona y voy y caigo en todo lo que has dicho. Desgraciadamente en un mundo frenético como el que vivimos, la tranquilidad que tenían las amas de casa para dedicarse diariamente a la compra de alimentos frescos ha terminado. Ahora todos vamos con el agua al cuello. Todo es despersonalizado en el supermercado. Nadie te echa una sonrisa o te lanza un piropo como "joven", "cariño". Me temo que hemos dejado muchas cosas en el camino. Me quedan las tiendas del barrio donde los tenderos aún tienen el tiempo de dedicarte unas palabras amables. Debajo de mi casa hay una frutería que llevan unos paquistaníes. Siempre que me ven me sonríen y cuando voy me preguntan que cómo va todo y por mis hijas. Prefiero comprarles a ellos y charlar con el tendero sobre lo divino y lo humano. Pero esa costumbre del mercado es difícil de recuperar en nuestro caso. Muy interesante y hermoso el post. Un cordial saludo.

en Girbén dijo...

Ahir -dilluns- tornant a casa vaig dir-li a l'Anna d'aturar-nos a una botiga de l'Avinyonet del Penedès que conec de fa temps. Tenen de tot i bo, i rere el taulell dues mestresses que fan goig d'espavilades que són. Heus la imprevista pregunta que li van fer:
Què en pensa vostè d'això del febrer?
"D'això del febrer...??" (més ambigüitat impossible!). Elles ja havien endevinat que uns forasters, en un dilluns festiu pels mestres, només podien ser docents; i preguntaven pel nou calendari escolar...
No dic de les opcions dietètiques, dic del tracte franc que difícilment tindrem en un Super (impossible en un Hiper).
El goig del menjar, el seu veritable sentit, comença pel comerç. Molt enllà -en un buit insubstancial impossible d'omplir- queden tant la petulància de les perfetes receptes estel·lars com el tòxic menjar industrial.

"Cru, cuit i podrit" va dir, oportunament, el Lévi-Strauss que eren els estats culinaris de les cultures...
Jordi

Matilde dijo...

Soy afortunada, vivo al lado mismo de la Boquería, es mi mercado, mi súper mercado , nunca mejor dicho. Creo que es un lujazo poder ir a comprar allí, cada día, aunque sea muy poca cosa. Improviso mis comidas o mis cenas a tenor de lo que me entra por la vista, de lo que me ofrecen mis vendedoras favoritas, de lo que está bien de precio...
Aunque he cambiado varias veces de casa y de ciudad, ahora sé que me costaría vivir lejos de este placer cotidiano.


Lovecats, de Benita Winkler