domingo, 16 de noviembre de 2008

Only time (Enya)



No se me ocurre nada mejor que dedicar esta canción tan bella a dos personas a las que aprecio y no están en su mejor momento.

Las dos están cerca del mar: una contempla la salida del sol desde el Mediterráneo, una princesa de ojos azules. La otra, un príncipe cuyos ojos nunca vi, pero que intuyo cálidos y apasionados, mira entristecido el bravo y frío mar Cantábrico, allá en el norte, allá en mi adorada Euskalerria.

¿Qué puedo deciros? que pienso en vosotros. No estais solos en vuestro pesar. Yo os acompaño, si me dejais.

Petonets a mi princesa, muxus hogei al príncipe misterioso...

6 comentarios:

Ramón María dijo...

Hoy mi primera entrada en el blog, es para ti.

Gracias, muxus hogei.

Mila esker (mil gracias).

Anónimo dijo...

No hay una brujilla en la buhardilla, hay un ángel...

La princesa está triste...

Petonets a tí y al príncipe misterioso...

Tu Ada

mery dijo...

hola es la primera vez que paso por aca y me encanto tu blog, te invito a que pases por el mio.

SANTIAGO LIBERAL dijo...

kaixo, la música preciosa, que tengan suerte tus amigos, yo también amo euskalerria, aunque ahora vivo en cantabria, soy santurtzitarra.
Un placer conocerte

Alonee dijo...

...buenas noches, Sarah:
un placer regresar y leer tu blog...
la canción esta... me pone un poco melancólico, pero es preciosa...

un abrazo...

sarah dijo...

Hola a todas y a todos...

Bienvenidos a Mery y a Santiago, me pasaré por vuestros rincones, prometido. Santander, como otras zonas del norte de España, es un lugar precioso. Hace mucho que no me paso, y, créeme, me pesa :)

A Ada y a Montxu: no os digo nada, vosotros ya sabéis...

Alonee, me tenías algo preocupada, estaba ya por lanzar un SOS a las meigas y brujas del norte, por saber qué había sido de ti. Ahora me tranquiliza saber que has estado en un paraíso personal y está sobre bien. Me gusta que no andes muy lejos :)

Estoy algo blandita. La brujilla no está acostumbrada a que le dediquen poemas, y mira que le gusta la poesía, casi tanto como las flores...


Lovecats, de Benita Winkler