martes, 22 de junio de 2010

Con palabras? El piano



Hace unas semanas, un suceso personal me trajo a la mente esta película. Incapaz de escribir una palabra dejé tan solo uno de sus momentos más bellos.

En su momento me conmovió la historia, me sedujeron los fascinantes paisajes de Nueva Zelanda, el delicado piano de Nyman elevó mi sensibilidad musical a cotas de vértigo.

La historia es sencilla: En Escocia (siglo XIX), Ada McGrath es vendida en contrato de matrimonio con Alistair Stewart, un hombre de negocios que vive en Nueva Zelanda. Ada viaja con su hija, Flora, a los confines del mundo para encontrarse con su esposo. Ada no habla desde hace mucho, tan solo se comunica con su hija mediante el lenguaje de los signos y alguna nota que escribe a mano en un pequeño bloc de notas.

Es Ada quien nos cuenta la historia, desde su propio pensamiento. Se describe a sí misma como a una mujer bulliciosa, pese a no hablar. No habla, ella toca el piano, y con su música va explicándonos sus sentimientos. La vida en la isla no es fácil, el entorno dista de su mundo europeo y el piano es algo secundario para el esposo de Ada. Aparece otro hombre, quien sí está interesado en el piano... y en la propia Ada, George, un hombre aparentemente vulgar y poco letrado, quien comprende a Ada mucho mejor que su recién estrenado esposo.

La historia es aparentemente simple, pero es una puerta de entrada al complejo mundo de los sentimientos, esos que no se explican, los que no se comprenden. Esos que parecen nidar en las profundidades de nuestro cuerpo. Hay momentos muy intensos y otros de tremendos, en los que el poder, el deseo de controlar al otro pasan por encima de lo demás. Se pisotea, se hiere, ¿en nombre del amor? ¿en nombre de la sinceridad? ¿o tal vez por dejar claro quien domina y quién se somete al otro?

También hay lugar para la fragilidad del momento presente, encontraremos pequeños homenajes a lo efímero del instante, a la delicadeza de las cosas que nos envuelven. En muchas de esas escenas queda claro que la palabra está limitada, que no siempre es útil para transitir lo que se lleva dentro. A veces, y regreso a la idea de siempre, las palabras sobran, porque no nos ayudan, no transmiten nada o apenas rozan el núcleo de los pensamientos. Es curioso que la película transcurre en silencio en su mayor parte. Los diálogos son escasos y se refieren a cosas muy concretas, el resto nos llega y nos llega muy bien, a través de la imagen y de la música.

Como en la vida real. Mientras, nosotros, en ese lado de la realidad, seguimos sin entendernos demasiado bien los unos a los otros.

Hay un punto de tristeza en Ada, una tristeza que en ocasiones es alegría y en otras cansancio, ¿un vago deseo de desaparecer? Un estado de ánimo cambiante que ella explica muy claramente con su piano. No necesita hablar, ella ya lo hace, nos lo cuenta con pelos y señales, de la mano de los sonidos que va arrancando a su piano.

La imagen del piano en medio de la playa, acechado por las olas y la impotencia de Ada en dejarlo allí la primera noche es uno de los momentos más emocionantes de la película, de la que, insisto, hay muchos.

Me siento próxima a Ada, a su manera infantil y poco madura de ver el mundo y los sentimientos, en su modo de enamorarse y negarse a hacer lo que se le exige. Admiro su fortaleza y su valentía, su sinceridad por la que paga un alto precio. Mis manos no saben tocar el piano, cosa que me duele no haber podido aprender. Sería más fácil dejar de hablar, hacerme comprender, si yo fuera capaz de arrancar notas a un piano.

Cuando me siento frustrada, como estos días, por no saber comprender a los demás, cuando siento que hablo y hablo pero que no me comprenden, cuando no sé a quién acudir, a quien verbalizar lo que quema por dentro... regreso a The Piano.

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Fue un film muy aplaudido en su momento, con actuaciones impresionantes de Holly Hunter (Ada), Sam Neil (Alistair) y para mí, un magnífico Harvey Keitel en el papel de George Baines. Los escenarios están más allá de toda descripción. Nueva Zelanda se ve reflejada como un rincón de mundo al que quizá haya tardado algo más en llegar la civilización (en su incesante tarea de arruinar todo a su paso). De Michael Nyman, poco puedo añadir que gentes con más conocimientos musicales no hayan dicho ya. La música es vital para contar esta historia, y las notas de Nyman son preciosas, es una gran parte de esta pequeña historia que no se concibe sin su música.

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Dirección de Jane Campion
Guión de Jane Campion
Música: Michael Nyman
Fotografía: Stuart Dryburgh
Holly Hunter: Ada McGrath
Anna Paquin: Flora (hija de Ada)
Sam Neill: Alistair Stewart
Harvey Keitel: George Baines
Se estrenó en 1993.
Duración: 121 minutos
Idiomas: inglés y maorí.

2 comentarios:

Joselu dijo...

Para compartir la atmósfera, he visto el vídeo que enlazaste y ahora escucho la pieza que has enlazado. No sé cuándo la vi, tal vez cuando la estrenaron y guardo un recuerdo muy cálido, unido a la música. Tengo el CD con la banda sonora que hace mucho que no escucho. Tu evocación me ha llevado a los momentos en que la vi. Los paisajes de Nueva Zelanda, el piano en la playa, el silencio de la protagonista (¡qué poderoso!), su fuerza interior. Pero tal vez deberíamos volverla a ver para hacerla presente. Lo intentaré. Me lo has hecho desear. Es una película intimista, que revela mundos interiores.

Anónimo dijo...

Hasta hoy no había visto tu invitación.
Hasta este momento no he abierto tu enlace con la música de Nyman.
Es perfecto este momento con esta música escribirte para decir que Scorpaena ha muerto, que cierra su esbozo de blog, su intento de querer darse a conocer ocultamente.
Como siempre tu forma de expresarte me ha seducido y fascinado.
Es una lástima que no nos hayamos conocido.


Lovecats, de Benita Winkler